Broca y roya del café. Viejos problemas, nuevos enfoques.
17:32:00Broca y roya del café. Viejos problemas, nuevos enfoques
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Desde que las plantas han sido cultivadas, existen criaturas
 invertebradas que las aprovechan para satisfacer sus necesidades. Por 
ello, sabio es el campesino que, reconociendo esta trágica competencia, 
sabe que para cosechar una planta debe sembrar tres semillas, pues dos 
alimentarán al gusano y al escarabajo.
 
Tal vez menos sabios, 
pero con la buena intención de reducir las pérdidas en las cosechas, los
 científicos buscan medios para no repartir tantos bocados suculentos 
entre estos bichos. No siempre se logra al primer intento, pero se 
persevera en el objetivo, como se ilustrará a continuación con el 
combate a la broca1 y la roya,2 insecto y hongo, respectivamente, que afectan la producción de café3 y ponen en riesgo la sustentabilidad de este cultivo.
Al igual que el café, la broca y la roya son originarias de África; ambas plagas invadieron México a través de Chiapas, su frontera sur, en 1978 y 1981, respectivamente. No obstante, y por absurdo que parezca, durante los primeros años de su presencia en el país, no perjudicaron la producción nacional; en cambio, la beneficiaron, pues el gobierno implementó programas que, además de las medidas convencionales —uso de insecticidas y fungicidas—, incluyó la renovación de cafetales y el manejo agronómico;4 programas que, a pesar del rechazo de sus detractores, mantuvieron el rendimientoI en unos 633 kg de café pergamino por hectárea a nivel nacional,II entre 1980 y 1992; promedio muy superior a los 390 kg reportados en 2014, lo cual muestra la profunda crisis del café mexicano
La broca, insecto negruzco que mide menos de 2.0 mm, vive en el interior
 del fruto de café (cereza); allí, una broca hembra pone huevos, de los 
cuales emergen pequeñas larvas blanquecinas que, junto con la madre, se 
alimentan del grano hasta convertirlo en polvo. Alcanzado su máximo 
desarrollo, las larvas se transforman en pupas, y éstas, en la forma 
adulta de la broca. Hijas e hijos de la broca se aparean entre sí y las 
hijas fecundadas abandonan el fruto-hogar, mientras los hijos (más 
pequeños en tamaño y sin alas funcionales) suelen permanecer ahí.
 
Al salir, las brocas emprenden el vuelo y buscan nuevos frutos de 
café, los cuales perforan hasta llegar al grano para establecer familias
 nuevas. Sin embargo, si las condiciones ambientales son inhóspitas —es 
decir, si predomina el tiempo seco al terminar la cosecha— las brocas no
 salen de los frutos; allí, pacientes y amontonadas, esperarán las 
primeras lluvias del año que propiciarán su salida en tropel.
 
Conocer estas particularidades de la broca ha sido vital para proponer
 acciones de control; por ejemplo, no dejar frutos después de la cosecha
 para eliminar refugios de la plaga y disponer trampas con aroma 
atrayente (tres partes de metanol y una de etanol) para capturar hembras
 voladoras; estas acciones pueden complementarse con parasitoides, como 
la avispita Cephalonomia stephanoderis, o patógenos, como el hongo Beauveria bassiana,
 los cuales parasitan y/o enferman a la plaga. Como última alternativa, 
se puede recurrir a los insecticidas químicos que pueden ser aplicados 
en los sitios más infestados, al momento en que las brocas perforan los 
frutos.
 
Lo cierto es que, a pesar de estas medidas, controlar la
 broca ha sido muy complicado, pues su hábito de permanecer gran parte 
de su vida escondida en las cerezas de café, su alta capacidad 
reproductiva, así como la abundante disponibilidad de refugio y 
alimento, son defensas formidables ante cualquier intervención en contra
 suya, sobre todo, si esto ocurre en época de precios bajos, cuando para
 muchos productores no es rentable ni cosechar el café.
 
Desde el
 ingreso de la broca, hace 38 años, el productor ha aprendido a convivir
 con ella, ya sea usando métodos de control al alcance de su bolsillo o,
 la mayoría de las veces —y es lamentable la comparación—, pagando a la 
plaga un derecho de piso a cuenta de la cosecha.         
         
La roya (Hemileia vastatrix) es un hongo microscópico que vive 
sólo a expensas de hojas vivas de plantas de café que, al ser 
infectadas, presentan pústulas anaranjadas relativamente esféricas, las 
cuales van creciendo conforme prospera la enfermedad. Tales pústulas 
contienen miles de esporas que, como semillas, son el medio para 
propagarse. Cada espora germina en el envés de la hoja y, tras desplegar
 un tubo germinativo, ingresa al tejido foliar por un estoma, para luego
 producir masas de hifas o micelio —que es su cuerpo vegetativo—, por 
medio del cual penetra en las células vegetales para alimentarse y, 
eventualmente, salir de la hoja para producir nuevas esporas y así 
completar uno de varios ciclos en un año. En consecuencia, las hojas muy
 afectadas se caen, reduciendo la fotosíntesis y la producción de frutos
 en la cosecha siguiente. Si el ataque más fuerte de la roya coincide 
con la formación de los frutos, éstos no maduran; incluso, las plantas 
seriamente defoliadas o sus ramas, pueden morir.
 
Aun antes de 
llegar la roya a México sonaban las alarmas de su potencial destructivo.
 Como ejemplo se contaba la catástrofe provocada por esta enfermedad 
durante el siglo XIX, en la isla de Ceylán, hoy Sri Lanka (entonces, una
 colonia inglesa), donde las pérdidas provocaron el reemplazo del 
cultivo de café por el de té; decisión que daría origen a la costumbre 
británica de la hora del té.
 
Los esfuerzos mundiales 
para enfrentar la roya se concentraron, principalmente, en la 
resistencia genética del café y los fungicidas. El camino de la 
resistencia fue abierto por el híbrido de Timor: un cruce natural entre 
las variedades de café arábica (Coffea arabica) y robusta (Coffea canephora),
 el cual confirió tolerancia a la planta resultante ante la roya. A 
partir de ese punto, se han efectuado cruzas y seleccionado cafetos de 
alto rendimiento, buscando buena calidad en la taza y resistencia de la 
planta a la enfermedad, como los “catimores”, un cruce de la variedad 
Caturra con el híbrido de Timor. México hizo lo propio y, en 1995, 
liberó la variedad “Oro azteca”.5
 
En cuanto a los fungicidas, podemos decir que los primeros fueron de 
contacto, como el caldo bordelés y el oxicloruro de cobre, llamados así 
porque son efectivos sólo al ponerse en contacto con las esporas, por lo
 que se utilizan de manera preventiva. Después, vinieron los fungicidas 
sistémicos, es decir, aquellos que penetran la pared vegetal y matan al 
patógeno en las hojas enfermas, como triazoles y estrobilurinas.
 
A pesar de estos desarrollos tecnológicos, México no se encontraba 
preparado para confrontar la roya, como quedó demostrado con el brote atípico6
 que se presentó en 2012, causante de pérdidas estimadas entre 30 y 50% 
de la cosecha, tan sólo en el sureste de Chiapas, principal productor.
 
Para muchos, el brote atípico fue una desagradable sorpresa, pues 
nada igual se había presentado en 31 años de convivencia con la roya, 
pero, para otros fue la crónica de una devastación anunciada. En efecto,
 como suele suceder, la angustia con la cual se aguardaba el impacto de 
la roya sobre las cosechas se fue apagando, pues al paso del tiempo, los
 daños no correspondieron a las expectativas. Así, de la aprensión 
inicial, el sector cafetalero pasó a la despreocupación generalizada y, 
con ello, se zanjó el camino hacia la catástrofe. Curiosamente, parte de
 la solución estaba en la siembra de Oro azteca,5
 pero, el sector productivo despreció esta variedad tolerante  y, en 
cambio —por paradógico que parezca— apostó por las variedades 
susceptibles, condenando a aquélla a dormir el sueño de los justos.
El brote atípico de la roya de 2012 marcó un parteaguas en la producción
 del café mexicano y, mientras se debate sobre las causas y efectos de 
dicho brote —entre las cuales se cita con frecuencia el cambio 
climático— lo cierto es que su impacto expuso la existencia de una 
cafeticultura avejentada; su rejuvenecimiento ha tenido respuesta 
inmediata en el uso de fungicidas y la siembra, sobre todo, de 
variedades resistentes; sin embargo, en torno a este punto, podemos 
decir que no se dispone —al menos, hasta el momento de escribir esta 
nota— de planta certificada7
 suficiente en el país y, más grave, se desconoce cuáles son las 
variedades más apropiadas para las diferentes zonas cafetaleras.
 
Aunque otros productores han sustituido las variedades arábicas por 
híbridos de “robusta”, huyendo de la roya, sólo lograron trasladar el 
problema al campo de la broca y del taladrador de la rama (Xylosandrus morigerus),8 insectos que adoran este tipo de café.
 
Por otro lado, el mercado del café orgánico limita el uso de los 
fungicidas más efectivos por su naturaleza química, mientras que el 
mercado demandante de café de calidad desconfía de las variedades 
tolerantes, por los genes de robusta heredados del híbrido de Timor.9 Asimismo, persiste la amenaza de mutaciones o razas nuevas de roya capaces de romper la resistencia vegetal,10 o bien, que esta plaga adquiera resistencia a fungicidas.
 
Otras amenazas son “ojo de gallo” (Mycena citricolor),
 hongo muy virulento, presente en toda la América tropical, que ataca a 
variedades tolerantes a roya, así como a la enfermedad de la cereza del 
café — Colletotrichum kahawae, CBD por sus siglas en inglés—, 
entre las invasoras potenciales. Por si fuera poco, el cambio climático 
impone una dinámica que agrava el impacto de la roya, hasta ahora poco 
estudiado y, mientras los ojos están puestos en la roya, la broca 
silenciosa y destructiva se lleva una buena tajada del pastel.
 
La complejidad descrita obliga a desarrollar sistemas socioecológicos 
menos vulnerables, autodefensivos y resilientes a estas y otras amenazas
 que acechan. Esta experiencia enseña que los problemas fitosanitarios 
deben ser enfrentados con una visión integral y holística, que incluya 
los hogares de los productores en el centro del sistema.
 
La 
crisis desencadenada por la roya es un llamado de atención al sector 
cafetalero, el cual debe reinventarse para salir avante. La factura del 
desastre ha sido descomunal y pagarla requiere que el sector aprenda a 
trabajar unido, sin olvidar a la academia que, ante los vientos 
indispensables de la innovación, es la gallina de los huevos de oro. Lo 
demás, caerá por su propio peso.
          Juan F. Barrera       
         
Juan F. Barrera es ingeniero agrónomo egresado de la 
Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, Maestro en Ciencias por el 
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey y Doctor por
 la Université Paul-Sabatier, de Toulouse, Francia. Actualmente, es 
investigador titular del Grupo Académico Ecología de Artrópodos y Manejo
 de Plagas de El Colegio de la Frontera Sur, Unidad Tapachula. Realiza 
investigación sobre bioecología y manejo de plagas, con énfasis en 
control biológico, en cultivos tropicales como café, cítricos y 
plátano.
http://www.cienciaydesarrollo.mx/?p=articulo&id=161
 

 
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