Broca y roya del café. Viejos problemas, nuevos enfoques.

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Broca y roya del café. Viejos problemas, nuevos enfoques

cienciaydesarrollo.mx


Desde que las plantas han sido cultivadas, existen criaturas invertebradas que las aprovechan para satisfacer sus necesidades. Por ello, sabio es el campesino que, reconociendo esta trágica competencia, sabe que para cosechar una planta debe sembrar tres semillas, pues dos alimentarán al gusano y al escarabajo.
 
Tal vez menos sabios, pero con la buena intención de reducir las pérdidas en las cosechas, los científicos buscan medios para no repartir tantos bocados suculentos entre estos bichos. No siempre se logra al primer intento, pero se persevera en el objetivo, como se ilustrará a continuación con el combate a la broca1 y la roya,2 insecto y hongo, respectivamente, que afectan la producción de café3 y ponen en riesgo la sustentabilidad de este cultivo.

Al igual que el café, la broca y la roya son originarias de África; ambas plagas invadieron México a través de Chiapas, su frontera sur, en 1978 y 1981, respectivamente. No obstante, y por absurdo que parezca, durante los primeros años de su presencia en el país, no perjudicaron la producción nacional; en cambio, la beneficiaron, pues el gobierno implementó programas que, además de las medidas convencionales —uso de insecticidas y fungicidas—, incluyó la renovación de cafetales y el manejo agronómico;4 programas que, a pesar del rechazo de sus detractores, mantuvieron el rendimientoI en unos 633 kg de café pergamino por hectárea a nivel nacional,II entre 1980 y 1992; promedio muy superior a los 390 kg reportados en 2014, lo cual muestra la profunda crisis del café mexicano
 
   
 
La broca, insecto negruzco que mide menos de 2.0 mm, vive en el interior del fruto de café (cereza); allí, una broca hembra pone huevos, de los cuales emergen pequeñas larvas blanquecinas que, junto con la madre, se alimentan del grano hasta convertirlo en polvo. Alcanzado su máximo desarrollo, las larvas se transforman en pupas, y éstas, en la forma adulta de la broca. Hijas e hijos de la broca se aparean entre sí y las hijas fecundadas abandonan el fruto-hogar, mientras los hijos (más pequeños en tamaño y sin alas funcionales) suelen permanecer ahí.
 
Al salir, las brocas emprenden el vuelo y buscan nuevos frutos de café, los cuales perforan hasta llegar al grano para establecer familias nuevas. Sin embargo, si las condiciones ambientales son inhóspitas —es decir, si predomina el tiempo seco al terminar la cosecha— las brocas no salen de los frutos; allí, pacientes y amontonadas, esperarán las primeras lluvias del año que propiciarán su salida en tropel.
 
Conocer estas particularidades de la broca ha sido vital para proponer acciones de control; por ejemplo, no dejar frutos después de la cosecha para eliminar refugios de la plaga y disponer trampas con aroma atrayente (tres partes de metanol y una de etanol) para capturar hembras voladoras; estas acciones pueden complementarse con parasitoides, como la avispita Cephalonomia stephanoderis, o patógenos, como el hongo Beauveria bassiana, los cuales parasitan y/o enferman a la plaga. Como última alternativa, se puede recurrir a los insecticidas químicos que pueden ser aplicados en los sitios más infestados, al momento en que las brocas perforan los frutos.
 
Lo cierto es que, a pesar de estas medidas, controlar la broca ha sido muy complicado, pues su hábito de permanecer gran parte de su vida escondida en las cerezas de café, su alta capacidad reproductiva, así como la abundante disponibilidad de refugio y alimento, son defensas formidables ante cualquier intervención en contra suya, sobre todo, si esto ocurre en época de precios bajos, cuando para muchos productores no es rentable ni cosechar el café.
 
Desde el ingreso de la broca, hace 38 años, el productor ha aprendido a convivir con ella, ya sea usando métodos de control al alcance de su bolsillo o, la mayoría de las veces —y es lamentable la comparación—, pagando a la plaga un derecho de piso a cuenta de la cosecha.
 
   
 
La roya (Hemileia vastatrix) es un hongo microscópico que vive sólo a expensas de hojas vivas de plantas de café que, al ser infectadas, presentan pústulas anaranjadas relativamente esféricas, las cuales van creciendo conforme prospera la enfermedad. Tales pústulas contienen miles de esporas que, como semillas, son el medio para propagarse. Cada espora germina en el envés de la hoja y, tras desplegar un tubo germinativo, ingresa al tejido foliar por un estoma, para luego producir masas de hifas o micelio —que es su cuerpo vegetativo—, por medio del cual penetra en las células vegetales para alimentarse y, eventualmente, salir de la hoja para producir nuevas esporas y así completar uno de varios ciclos en un año. En consecuencia, las hojas muy afectadas se caen, reduciendo la fotosíntesis y la producción de frutos en la cosecha siguiente. Si el ataque más fuerte de la roya coincide con la formación de los frutos, éstos no maduran; incluso, las plantas seriamente defoliadas o sus ramas, pueden morir.
 
Aun antes de llegar la roya a México sonaban las alarmas de su potencial destructivo. Como ejemplo se contaba la catástrofe provocada por esta enfermedad durante el siglo XIX, en la isla de Ceylán, hoy Sri Lanka (entonces, una colonia inglesa), donde las pérdidas provocaron el reemplazo del cultivo de café por el de té; decisión que daría origen a la costumbre británica de la hora del té.
 
Los esfuerzos mundiales para enfrentar la roya se concentraron, principalmente, en la resistencia genética del café y los fungicidas. El camino de la resistencia fue abierto por el híbrido de Timor: un cruce natural entre las variedades de café arábica (Coffea arabica) y robusta (Coffea canephora), el cual confirió tolerancia a la planta resultante ante la roya. A partir de ese punto, se han efectuado cruzas y seleccionado cafetos de alto rendimiento, buscando buena calidad en la taza y resistencia de la planta a la enfermedad, como los “catimores”, un cruce de la variedad Caturra con el híbrido de Timor. México hizo lo propio y, en 1995, liberó la variedad “Oro azteca”.5
 
En cuanto a los fungicidas, podemos decir que los primeros fueron de contacto, como el caldo bordelés y el oxicloruro de cobre, llamados así porque son efectivos sólo al ponerse en contacto con las esporas, por lo que se utilizan de manera preventiva. Después, vinieron los fungicidas sistémicos, es decir, aquellos que penetran la pared vegetal y matan al patógeno en las hojas enfermas, como triazoles y estrobilurinas.
 
A pesar de estos desarrollos tecnológicos, México no se encontraba preparado para confrontar la roya, como quedó demostrado con el brote atípico6 que se presentó en 2012, causante de pérdidas estimadas entre 30 y 50% de la cosecha, tan sólo en el sureste de Chiapas, principal productor.
 
Para muchos, el brote atípico fue una desagradable sorpresa, pues nada igual se había presentado en 31 años de convivencia con la roya, pero, para otros fue la crónica de una devastación anunciada. En efecto, como suele suceder, la angustia con la cual se aguardaba el impacto de la roya sobre las cosechas se fue apagando, pues al paso del tiempo, los daños no correspondieron a las expectativas. Así, de la aprensión inicial, el sector cafetalero pasó a la despreocupación generalizada y, con ello, se zanjó el camino hacia la catástrofe. Curiosamente, parte de la solución estaba en la siembra de Oro azteca,5 pero, el sector productivo despreció esta variedad tolerante  y, en cambio —por paradógico que parezca— apostó por las variedades susceptibles, condenando a aquélla a dormir el sueño de los justos.
 
 

El brote atípico de la roya de 2012 marcó un parteaguas en la producción del café mexicano y, mientras se debate sobre las causas y efectos de dicho brote —entre las cuales se cita con frecuencia el cambio climático— lo cierto es que su impacto expuso la existencia de una cafeticultura avejentada; su rejuvenecimiento ha tenido respuesta inmediata en el uso de fungicidas y la siembra, sobre todo, de variedades resistentes; sin embargo, en torno a este punto, podemos decir que no se dispone —al menos, hasta el momento de escribir esta nota— de planta certificada7 suficiente en el país y, más grave, se desconoce cuáles son las variedades más apropiadas para las diferentes zonas cafetaleras.
 
Aunque otros productores han sustituido las variedades arábicas por híbridos de “robusta”, huyendo de la roya, sólo lograron trasladar el problema al campo de la broca y del taladrador de la rama (Xylosandrus morigerus),8 insectos que adoran este tipo de café.
 
Por otro lado, el mercado del café orgánico limita el uso de los fungicidas más efectivos por su naturaleza química, mientras que el mercado demandante de café de calidad desconfía de las variedades tolerantes, por los genes de robusta heredados del híbrido de Timor.9 Asimismo, persiste la amenaza de mutaciones o razas nuevas de roya capaces de romper la resistencia vegetal,10 o bien, que esta plaga adquiera resistencia a fungicidas.
 
Otras amenazas son “ojo de gallo” (Mycena citricolor), hongo muy virulento, presente en toda la América tropical, que ataca a variedades tolerantes a roya, así como a la enfermedad de la cereza del café — Colletotrichum kahawae, CBD por sus siglas en inglés—, entre las invasoras potenciales. Por si fuera poco, el cambio climático impone una dinámica que agrava el impacto de la roya, hasta ahora poco estudiado y, mientras los ojos están puestos en la roya, la broca silenciosa y destructiva se lleva una buena tajada del pastel.
 
La complejidad descrita obliga a desarrollar sistemas socioecológicos menos vulnerables, autodefensivos y resilientes a estas y otras amenazas que acechan. Esta experiencia enseña que los problemas fitosanitarios deben ser enfrentados con una visión integral y holística, que incluya los hogares de los productores en el centro del sistema.
 
La crisis desencadenada por la roya es un llamado de atención al sector cafetalero, el cual debe reinventarse para salir avante. La factura del desastre ha sido descomunal y pagarla requiere que el sector aprenda a trabajar unido, sin olvidar a la academia que, ante los vientos indispensables de la innovación, es la gallina de los huevos de oro. Lo demás, caerá por su propio peso.


Juan F. Barrera

Juan F. Barrera es ingeniero agrónomo egresado de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, Maestro en Ciencias por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey y Doctor por la Université Paul-Sabatier, de Toulouse, Francia. Actualmente, es investigador titular del Grupo Académico Ecología de Artrópodos y Manejo de Plagas de El Colegio de la Frontera Sur, Unidad Tapachula. Realiza investigación sobre bioecología y manejo de plagas, con énfasis en control biológico, en cultivos tropicales como café, cítricos y plátano.


http://www.cienciaydesarrollo.mx/?p=articulo&id=161




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