Café de Colombia - Aquí nace el mejor café del mundo

14:29:00

Aquí nace el mejor café del mundo

El Eje Cafetero culebrea entre Risaralda, Caldas y Quindío, y atraviesa pueblos que parecen haberse detenido en el tiempo con paisajes de infinitas tonalidades de verde alineados con una precisión llamativa.

Ana María Pareja

Las haciendas cafeteras se esconden entre el intenso colorido de los cafetales, platanares y praderas de la Cordillera Central de los Andes. Foto: Shutterstock.

Detrás de una taza de café de Colombia, el más suave y de mejor calidad del mundo, está la historia de 563.000 familias y de un entramado turístico tejido alrededor del mayor producto de exportación del país, solventado con la hermosura de sus verdes paisajes y sus rojizos atardeceres.

Fue en las laderas empinadas de la Cordillera de los Andes, entre Quindío, Risaralda y Caldas, dónde este arbusto exótico procedente de la península Arábiga, encontró su hueco natural. Con la mezcla climática perfecta, se convirtió en uno de los productos más importantes del país, y se forjó a su alrededor una cultura que impregna hasta el último resquicio del alma de sus habitantes. Y es que es fácil amar y dejarse amar por el café.
Este fruto rojizo aún es cultivado a mano.
Apoyado en finca–hoteles y aprovechando sus majestuosos paisajes, el encanto de sus coloridos pueblos, y la experiencia mundial en torno a esta bebida, la región desarrolló una pujante industria turística que compite con la siempre magnífica Cartagena de Indias y con la primaveral e innovadora Medellín.
El Eje Cafetero es para todos. Para los amantes de la naturaleza y los paisajes de postal, para los aventureros, o para los que buscan escapadas rurales. Eso sí, es sobre todo para los devotos del café, que impregna el ambiente con su delicioso aroma. La zona donde nace el mejor café del mundo se traza en el mapa en forma de triángulo. Tres bulliciosas capitales, y pequeños pueblos donde reina la calma, dispersos a los pies de las montañas, envueltos entre cafetales, surcados por platanares, y dignos representantes del realismo mágico de García Márquez.

Un recorrido triangular

Armenia, la capital del Quindío, puede ser el punto de partida para conocer este territorio declarado Patrimonio de la Humanidad y denominado oficialmente Paisaje Cultural Cafetero. Allí, además de parques temáticos para experimentar la cultura alrededor de este fruto rojizo, también se puede aprender sobre los indígenas Quimbaya y sus reconocidas piezas de orfebrería.

Enfilando hacia el norte, a 25 kilómetros de Armenia, se llega a Salento, uno de los pueblos más bonitos de esta ruta. Pequeño pero amable y fácil de recorrer; salpicado de casas pintadas de colores vivos, de campesinos que derrochan sonrisas y amabilidad, y con un mirador (tras subir 238 peldaños) que seguro roba el aliento y más de una selfie.
Casa típica de Salento, Quindío.
Es el Valle del Cocora el que se divisa desde el mirador, y el que, dicen algunos, tiene una energía única. Está poblado por la espigada palma de cera, que parece desafiar las leyes de la naturaleza con sus más de setenta metros de altura, y hay que recorrer su bosque a caballo o con una exigente caminata. Para recargar energías, el restaurante Donde Juan B, que sirve trucha frita acompañada de patacón (plátano macho aplastado y frito) con hogao (guiso de tomate y cebolla) y ensalada.

Aventuras bucólicas

De ahí, por una carretera curvada que se adentra entre los bosques Bremen y Barbas, se llega a Filandia, donde se grabó la famosa novela colombiana Café con aroma de mujer, y en el que hay que mezclarse con los lugareños en la plaza central, pararse en una cafetería y degustar un café con pandebono e incluso atreverse a una partida de billar de carambolas. Y no muy lejos, en el Bosque del Samán, la tirolina sobre las montañas de vertiginosa altura, es una de las favoritas de los más aventureros, además de rappel, cabalgatas, y rafting en el río Barragán.

Tras atravesar el emblemático peaje hecho de guadua, en la Autopista del Café, aparece Pereira, la capital de Risaralda y la ciudad más grande del Eje. Deportes de riesgo, una amplia oferta cultural y uno de los zoos más importantes de Sudamérica (el de Matecaña) le esperan al viajero en esta urbe en crecimiento. A las afueras se encuentra la Hacienda San José, donde a excepción de las toallas, los colchones y algunos muebles, todo es original de 1888, cuando fue construida. Una reliquia de parada obligada si se quiere dormir y comer bien.
Jeep Willys perfecto para los caminos de la zona.
Rumbo al Parque Los Nevados hay un desvío que vale la pena: Santa Rosa de Cabal, con sus deliciosos chorizos y el milagro de las fuentes termales, con diversos beneficios para la salud. De allí, pasando si se quiere por Chinchiná, sede del Centro de Investigación del Café, se llega a la tercera capital de la región, Manizales. Famosa por sus empinadas calles, por una de las ferias más famosas de América, y por su imponente catedral erigida en la Plaza de Bolívar.

Perderse a conciencia

De cafetales y palmeras se pasa a desérticas montañas y a nieves perpetuas. Es el Nevado del Ruiz (5.400 m.s.n.m.) el que sobresale en el paisaje donde habita el cóndor andino. Los más audaces pueden subir sus laderas, hasta donde llegue el resuello y siempre acompañados de un guía, por seguridad, claro. Para mitigar el cansancio una bandeja paisa (fríjoles, chicharrón, chorizo, arroz... y otras siete cosas con bastante grasa), apta solo para los más fuertes de estómago; y para el frío, un tinto (café solo pero más ligero) bien calentito.

Ya con las energías bien puestas, hay que recorrer unos 75 kilómetros para llegar a Salamina, declarado Monumento Nacional por su bien conservada arquitectura. Ubicado en lo alto de la montaña, ideal para practicar parapente, y en el que la vida transcurre sin prisas en las heladerías y fondas típicas al ritmo de tangos de Carlos Gardel y con un aguardiente de caña en la mesa.
Parque Natural Nacional Los Nevados.
Para cerrar la ruta triangular, de vuelta al Quindío, hay que adentrarse en valles que desgajan la cordillera y perderse a conciencia por pueblos como Filadelfia, Santuario y Marsella con construcciones tradicionales antioqueñas, o por Quimbaya, sede de Panaca, el parque temático de la cultura agropecuaria, ideal para ir en familia. Y como no, hay que parar en Montenegro, ir al Parque Nacional del Café, y dormir en la Casa de Campo El Delirio, una finca cafetera que data de 1924, y que ahora es un hotel boutique de lujo. Perfecto para culminar una travesía rural a los orígenes del mejor café del mundo, ese que aún se cultiva a mano por pequeños caficultores y que representa la idiosincrasia de Colombia.





http://www.ocholeguas.com/2016/09/02/america/1472810182.html




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